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PURGA

Se coló bajo el grifo, ansiando que el agua cayera tibia y pura sobre sus hombros.

Permaneció erguida durante unos instantes, inmóvil, anhelando que el agua desterrara cualquier rastro de negrura y suciedad. No era, sin embargo, una suciedad corporal, más bien se trataba de cierto tipo específico de mugre interior, una oscura y turbulenta suciedad mental e incluso espiritual.  

Creía que si permanecía el suficiente tiempo bajo el agua, esta expurgaría su alma, dejándola transparente e inmaculada como la mirada de un recién nacido.

No era una gran pecadora, acaso como la mayoría, pero la Vida, a diferencia de muchos, la había dotado de una férrea distinción entre el bien y el mal.

Dejó que el agua se deslizara por su cuerpo, desde la coronilla hasta los dedos de los pies. El sonido mecánico de las gotas golpeando su cabeza alivió, en parte, el sufrimiento que oprimía su pecho.

Cada rincón, cada minúsculo recoveco deseaba ser purificado. Y esa ducha era como un ritual.

Se decía que después de aquello todo sería distinto, que un nuevo destino emergería del vapor que estaba empezando a cubrir los espejos del baño, pero, en el fondo, sabía que los misteriosos caminos que dibuja la mente, tienen el oscuro poder de enturbiar incluso el más  puro deseo albergado por el más noble de los corazones.

Siguió bajo el agua, visualizando como ésta penetraba a través de cada uno de sus poros, hasta alcanzar los recodos más ocultos y secretos de su alma, dejando a su paso una yerma y vasta extensión.

Por un breve instante se sintió libre de todo pensamiento, de toda emoción, te toda búsqueda. Una hueca y vacía paz la envolvió. Era lo más cerca que estaría de sí misma en cierto tiempo y lo sabía, así que, simplemente gozó.

Gozó de la libertad que se siente al desprenderse de uno mismo, gozó de ese breve instante sin Yo, donde todo resulta tan dilatado, tan sumamente amplio, donde no hay principio ni fin y donde nada sucede pero todo encuentra su origen.

Sus dedos estaban empezando a arrugarse pero se negó a abandonar aquel espacio de confesión, de enmienda y absolución. Sabía que fuera de ahí, el mundo acosa y hostiga, que las personas buscan el dolor, el drama y la desdicha.

En un momento dado giró la válvula del agua, llevando el giro hasta el extremo, donde el agua brotaba gélida. Se apartó bruscamente llevada por la impresión helada que sintió en su cuerpo, y después de dos respiraciones se volvió a sumergir bajo el torrente glacial, acaso buscando extinguir el abrasador fuego que ardía en su mente, acaso tanteando si el hielo podía detener o entumecer su sufrimiento.

Sin embargo, ninguno de los dos eventos ocurrió. Su mente continuaba recreando  pensamientos en forma de palpitaciones cuyo contenido poco importaba ya, su único deseo consistía en abrir una grieta donde descansar y ser mecida por ese cálido vacío que en alguna ocasión le había proporcionado hospitalidad.

Volvió a girar las válvulas hasta conseguir una temperatura plana y agradable. Resolvió saborear los últimos instantes de su ritual nocturno, ese en que perpetuaba una espiral de muerte y de nacimiento, donde se purgaba de su sufrimiento y rendía homenaje al anhelo más profundo, insondable e inalcanzable, el anhelo de ser un verdadero ser humano.

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